Al hacer limpieza puede ocurrir lo que nos ocurrió a los compañeros del departamento de lengua a principios de este curso, que se encuentren cosas escondidas en el fondo de un cajón que no se tenía ni idea de que existieran. El objeto en cuestión era un librito rectangular, con la pasta color burdeos y unas letras doradas, serias y pretenciosas en las que se leía: “Libro de actas”.
Iba ya la mano directa hacia la caja de reciclaje –esa es la inercia cuando uno hace limpieza entre montones de papeles acumulados- cuando decidimos echarle una ojeada, un último vistazo curioso antes de la quema. Nos reunimos en torno al ejemplar y, con lentitud, fuimos hojeando sus páginas: las fechas, las distintas caligrafías con distintos tonos de azul y negro, las firmas, nombres y apellidos de personas para nosotros totalmente desconocidas, que habían debatido temas, acordado soluciones, planteado propuestas…. durante las reuniones celebradas en el seminario de lengua en aquellos años ochenta. Esas páginas ya amarillentas recogían cierto tedio de oficiosas tareas burocráticas, encendidas polémicas sobre puntos candentes acerca del funcionamiento del centro, inventario de materiales para el departamento, proyectos de mejora, en definitiva un incesante trabajo en equipo.
Después de pasar sus páginas cruzamos una mirada que se traducía en impotencia: cómo vamos a tirar esto. No es una reliquia, no vale su peso en oro, no contiene datos relevantes, y sin embargo es un testigo mudo del trabajo de aquellos compañeros que nos precedieron, de sus logros y sus derrotas. Tirar ese librito era despreciar aquel esfuerzo, aquella ingente tarea que consistió en formar los cimientos de nuestro departamento, con consenso, buenas iniciativas y sentido común. De manera que lo guardamos. Y aquí está, custodiado en el cajón, como un amuleto, como una brújula que marca nuestro norte, recordándonos que nuestro trabajo no empezó de la nada, sino que tomó el relevo de otra generación de profesionales que dejó su huella en el Trafalgar.
...cuando dijo mi nombre me acerqué a la mesa a recoger mi examen. Vi una nota de 8'5 tachada, y al lado un 6'5, las dos en rojo. Le dije: Concha no entiendo..., y me respondió: has hecho un buen ejercicio pero te he restado un punto por cada uno de los acentos que no has puesto en tus apellidos. Me quedé helado, pero Concha hablaba con un fondo denso, o como decimos de otro modo, con conocimiento de causa, sabía lo que hacía. Y me lo dijo sin titubear, sin duda alguna, directamente al grano pero sin riña, ausente de mala uva, simplemente creía en su criterio y sabía transmitirlo con cierta dulzura. La conclusión que saqué de lo que ella pensaba fue: "sé que te lo sabes bien, así que no le des más vueltas, pero espabílate". Si alguna vez veis unos apellidos con tildes como cirios, son mios.
ResponderEliminarVaya esta anécdota al cajón de la memoria en homenaje a una de las profesoras que con más cariño recuerdo: Concha Lacarra.
Un presente lleno de pasado que desgraciadamente no se podrá repetir ya que hoy en dia todo se hace a través de los ordenadores que, eso si, gracias a blogs como este podremos recordar en un futuro...
ResponderEliminarGran trabajo.
Me ha gustado mucho tu entrada, profe. Muy buena idea la del blog. Enhorabuena y espero que a los alumnos de 2009 le sirva de algo saber que antes que ellos, muchos disfrutamos y aprendimos en el Trafalgar.
ResponderEliminarSigo leyendo vuestro blog con interés y mucho cariño, y en esta sección de la brújula del tiempo, en la que es casi un homenaje a todos los que ayudaron de alguna forma con sus ideas y proyectos a crear las bases del instituto Trafalgar, me gustaría mencionar de forma muy especial a dos queridísimos profesores que contribuyeron enormemente a nuestra formación, con gran esmero, dedicación y sentido del humor; de hecho, me dedico a la enseñanza de la lengua gracias a ellos, porque fueron ambos, profesores que sin perder el hilo de lo verdaderamente importante, también añadían confianza para estar en clase, sin miedos, sin reproches,sin descalificaciones cuando nos equivocábamos,en una época que se prestaba mucho a ello, me refiero a Javier Velazquez q.e.p.d, al cual siempre recordaré y a Don Mariano Gómez Calcerrada.
ResponderEliminarEllos fueron la razón por la que hoy en día me encuentro viviendo entre tanto anglosajón, porque supieron inculcarme la curiosidad y el deseo por otras culturas, con sus increibles anecdotas de sus viajes a Inglaterra, que tanto nos hacian reir.
Espero que vuestros alumnos os recuerden con tanto cariño como yo, porque ese es el mejor homenaje que puede darsele a profesores como vosotros.
Nosotros, los profesores que nos hemos incorporado hace menos tiempo, también recordamos a los que pasaron antes por aquí y tuvimos la suerte de conocer. En mi caso, me acuerdo más de Javier Velázquez. En la sala de profesores se echan de menos sus chistes -hasta ese tan malo que contaba del "fromage"- y lo recuerdo ahora más, cuando estamos todos comprando los décimos de lotería de Navidad de los que él solía encargarse...
ResponderEliminarMe gusta el blog. Me abre una ventana para mirar al pasado y recordar por ejemplo a "El Chori", cínico y mordaz, que amaba la literatura y conseguía que la amáramos; Miguel Checa, histriónico y amanerado profesor de latín que declinaba dando saltitos sobre las baldosas de la clase, a Javier Velázquez, siempre voluntarioso intentando conseguir de nosotros que valoráramos y apreciáramos el uso del inglés. Pasado el tiempo te das cuenta que lo que antes aprendías por obligación, hoy lo haces por placer cuando te lo permiten las obligaciones profesionales y personales y descubres de pronto que realmente disfrutábamos en las clases de literatura del chori, de latín de Miguel, de Inglés de Javier, de Historia de Ana María, de Matemáticas de Manolo Casas...
ResponderEliminarGracias profe y a todos los que os dedicábais y os dedicáis a ésto.